Estoy seguro de que usted, que está leyendo el periódico en la barra de un bar, o usted, que está en un autobús yendo o viniendo de algún lugar, se habrán sentido aliviados por el nada simple hecho de que han pasado las elecciones. Estoy de acuerdo, las campañas son tremendamente pesadas y repetitivas y quizá sería mejor acortarlas y reducirlas a algún tipo de acto en el que los partidos políticos se limiten a exponer sus propuestas políticas y los ciudadanos elijamos aquellas que más nos gusten.
Y puestos a cambiar el modo en el que llevamos a cabo las elecciones, se me ocurren muchas más posibilidades. Imaginen que en las papeletas en vez de tener los nombres de los hombres y las mujeres que se ofrecen a representarnos, tenemos una lista de ideas y elegimos las que no parecen más interesantes. Y entonces un grupo de gestores de la función pública llevan a cabo esas ideas que al ser votadas por la mayoría de los ciudadanos quedan convertidas directamente en leyes.
En las elecciones de USA existen papeletas similares, donde los electores además de elegir a sus representantes pueden votar acerca del tipo de educación o de si las patatas fritas son un alimento de primera necesidad y los impuestos que los ciudadanos pagan por ellas deben ser menores.
La tecnología nos permite mejorar la democracia, profundizarla, acercar la toma de decisiones a los ciudadanos a través de los nuevos medios de comunicación. Pero resulta que los políticos prefieren ser las estrellas del firmamento democrático y no ceder ni a las ideas ni a los ciudadanos un ápice de su protagonismo.
Si eligiéramos ideas y no políticos los partidos tendrían que trabajar explicándolas, siendo mucho más pedagógicos de lo que son habitualmente. Y nos ahorraríamos todos los espectáculos a los que nos tienen acostumbrados, que guardan más relación con la ingeniería electoral que con lo que debería ser una democracia madura.
Si eligiéramos ideas es posible que los dirigentes de los partidos políticos fueran poetas o novelistas. Y utilizarían la inspiración para construir los argumentos más hermosos para embellecer la sociedad, para acabar de forma poética con las injusticias, para crear nuevos sueños a los que poco a poco se irían pareciendo las sociedades.
Los periódicos hablarían con las ideas, las entrevistarían y nos ahorraríamos muchísima atención de la que prestamos a los dirigentes de los partidos políticos, que se han autoproclamado el epicentro de lo que le preocupa a la opinión pública.
Y quizá, cuando los hombres y las mujeres tuvieran la cabeza llena de hermosas ideas se darían cuenta de que cada ciudadano puede llevar dentro un poeta o un político. Y todos crearíamos nuevas ideas para mejorar el mundo, utilizando toda la energía que dejaríamos de gastar en decir que no gobierne este o aquel.
Lo reconozco, me he dejado arrastrar por la utopía, espero que se repita. Necesitaba evadirme para no hablar de los nuevos pecados capitales. Entre los siete nuevos, la Iglesia católica, que es posiblemente el mayor propietario inmobiliario del planeta, ha incluido la excesiva acumulación de riqueza. Eso sí que son ideas… y qué claras.
Publicado el 12 de marzo de 2008