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OTRA MIRADA

IGUALDAD SIN IGUALDAD

La semana pasada se conoció la noticia de que el 72 por ciento de los hijos de los obreros españoles deja de estudiar tras la ESO. Un porcentaje que se reduce al 15 por ciento en el caso de los hijos de los profesionales liberales. Estos datos deberían preocupar extremadamente al gobierno y haber provocado un debate social acerca de la falta de igualdad de oportunidades que hay en nuestra sociedad.

No se trata de un dato nuevo; hace muchos años que los sociólogos expertos en educación han analizado ese fenómeno. Uno de los principales expertos internacionales, Pierre Bourdieu, estudió durante años ese fenómeno, entrevistando a miles de familias obreras en los suburbios franceses. En sus conclusiones explicaba que los hijos de los obreros tienen la situación sociolaboral de su padre como horizonte para su futuro. De ese modo los jóvenes estudiantes hijos de obreros desarrollan un sentimiento de inutilidad hacia la educación. Calculan que estudiar les va a servir para tener un trabajo poco cualificado y mal pagado y abandonan su interés por los estudios. A eso debemos añadir el hecho de que en una sociedad que sacraliza el consumo, los hijos de los obreros tienen la necesidad de trabajar antes para participar de la sociedad del consumo.

Ojalá no existiera, pero es un hecho que la sociedad capitalista “necesita” producir mano de obra barata y que este tipo de mecanismos sociales “seleccionan” a las personas que ocuparan esos puestos de trabajo. También es evidente que las instituciones deben intervenir en esos procesos y generar mecanismos correctores para generar igualdad, algo de lo que habla el Artículo 1 de nuestra Constitución y que leído conociendo esa realidad parece un eufemismo.

Si a eso la añadimos un modelo de enseñanza que fomenta la separación académica entre ricos y pobres, estamos fotografiando una sociedad donde un alto porcentaje de los individuos nacen con su futuro socioeconómico marcado; algo así como una falta de oportunidades hereditaria. Una tremenda injusticia que debería escandalizarnos en una democracia que además de garantizar un hombre un voto, debería permitir para cada ciudadano un buen futuro.

En una democracia que quiere escribir su nombre con letras mayúsculas no deberían existir ciudadanos discriminados desde el momento de su nacimiento. Todo lo contrario; la soberanía del pueblo debe ser política, económica y social. Pero no es así y esa debería ser una importante preocupación para nuestra clase política.

La ruptura de esa dinámica social pasa estrictamente por los centros de enseñanza. Es preciso educar en la igualdad y enseñar a esos jóvenes que el avance en el sistema educativo les puede permitir acceder a mejores oportunidades sociales. Se debe trabajar para que los hijos de esos obreros entiendan que la educación es una forma de mejorar sus expectativas sociales y así animarles a seguir adelante. Eso mejorará la formación de toda la sociedad y beneficiaría a todo su conjunto. Y también mejoraría la democracia, que debe ser un concepto amplio, más allá de derecho al voto, que garantice entre otras cosas la igualdad de oportunidades.

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