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OTRA MIRADA

ELEGIDOS Y OLVIDADOS

ELEGIDOS Y OLVIDADOS
Es curioso cómo ha aumentado en los últimos tiempos el poder de un ciudadano. Debe ser un síntoma de la gran madurez democrática que ha alcanzado nuestra sociedad. Un joven que puede tener un contrato extremadamente temporal, más o menos formación, con un sueldo que le hace soñar con ser mileurista, tiene ahora la capacidad de poner a todo un país patas arriba. Basta con que tenga una fotografía en una mano y un mechero en la otra, para que aplique los mecanismos que llevan a cabo la combustión delante de un medio de comunicación y desencadene una crisis política de dimensiones imprevisibles.
Un presidente de una comunidad autónoma anuncia su intención de llevar a cabo un referéndum acerca de la soberanía de su territorio. Legalmente no puede ser vinculante pero quizás debería tener derecho a hacerlo, entre otras cosas porque se trata de una consulta que no tendría consecuencias mientras no cambien artículos de nuestra Constitución que parecen inamovibles. Pero esa simple declaración, que podía ser una noticia más entre montones de ellas, se convierte en una catapulta que puede desestabilizar nuestra convivencia.
Un joven futbolista sufre un ataque cardiaco o un infarto cerebral en un terreno de juego donde se enfrentan dos equipos de primera división. Cae al suelo y después de sufrir una pequeña recuperación es trasladado a un hospital donde es ingresado en estado de extrema gravedad. A los pocos días desembocará en su muerte. En el transcurso de su agonía y de su entierro el país se muestra totalmente conmocionado; los telediarios abren con conexiones en directo con el hospital o el tanatorio y miles de personas acuden a rendirle honores. El impacto mediático se desborda.
Un hombre se acerca a la Subdelegación del Gobierno de Castellón. En una mano lleva un mechero y en la otra una pequeña garrafa. Se rocía el cuerpo de gasolina y se prende fuego a sí mismo para protestar por la imposibilidad de darle a su familia una vida más o menos digna. Las imágenes de su cuerpo ardiendo dan la vuelta al mundo. Quince días después muere solo en el hospital donde había ingresado. No era una fotografía, era un hombre. Pero a nadie le interesa narrar la desesperación que debe padecer un padre de familia para llegar a ese extremo y causarse un sufrimiento de tal dimensión. Su muerte no escandaliza, no impacta, se diluye en el arroyo de la actualidad.
Dos días después de la muerte del futbolista, un obrero que trabajaba en una obra del AVE a Barcelona murió aplastado por una bobina de cable de tres toneladas de peso. Se trataba del décimo primer muerto en un accidente laboral de la obra del AVE a Cataluña. Fueron once hombres que no tuvieron unidades móviles para contar su tragedia, ni ríos de tinta que relataran lo sucedido.
Muchos empresarios, sin referéndum previo, se independizan de la legislación vigente en cuestión de riesgos laborales; pero eso no escandaliza a la clase política, aunque cause cientos de muertos anuales en nuestro país.
                                                                                             
El dolor en el entorno de todos los que han padecido esas tragedias es igual de intenso y desgarrador. Pero el diferente impacto que han tenido es simplemente indignante.

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