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OTRA MIRADA

UN ANIVERSARIO PARA LA MEMORIA

UN ANIVERSARIO PARA LA MEMORIA
El pasado lunes se cumplieron 31 años desde que millones de españoles vieron aquellas emblemáticas imágenes en las que un compungido Carlos Arias Navarro anunciaba entre sollozos que el dictador Francisco Franco había muerto.
Se trataba de un hecho histórico, de máxima importancia. El final de la dictadura permitía el regreso de la democracia que el militar ferrolano había aplastado sirviéndose de un golpe de Estado.
Pero aquel acontecimiento no fue vivido en nuestro país como algo festivo, a pesar de que muchas personas lo celebraran en sus casas. El miedo que había sembrado en la sociedad española ensombreció aquella fecha para la alegría.
Por aquellos días yo estudiaba el quinto curso de Enseñanza General Básica en un colegio de Pamplona. Llevaba apenas dos lustros en este mundo y no había tenido tiempo de realizar ninguna clase de activismo político, pero en algunos ámbitos de mi vida ya recibía el trato de un auténtico proscrito, de un pequeño enemigo del régimen. La causa estaba escrita en mis genes y no porque descendiera de dos abuelos que habían apoyado abiertamente a la Segunda República. Se trataba de algo mucho más básico, algo que yo no había tenido oportunidad de elegir; era zurdo.
Era zurdo y no por una metáfora de mis ideas políticas. El hemisferio derecho de mi cerebro estaba más desarrollado que el izquierdo y eso hacía que cuando comencé a escribir o a comer utilizara la mano izquierda de forma predominante. Ese hecho biológico no era considerado en mi casa como una tara, pero en el colegio sí. Algún profesor me llegó a comentar que no podía seguir escribiendo con la mano izquierda porque era la mano del diablo.
Pero en un ambiente asfixiante y alienante para el ser humano como era el de la dictadura, la actitud de mis profesores no se limitaba a orientarme hacia el uso de la mano derecha y a explicarme que la izquierda era la mano del diablo. En los días en que el hombre que robó la democracia de este país durante cuarenta años se despedía del mundo, mi profesor intentaba exorcizarme y sacar de mí al ingrato espectro que me sometía a sus terribles designios y me obligaba a escribir con una mano que no fuera la del diablo. Sin que mis diez años mentales me permitieran interpretar en qué andaba metido, o sometido, yo me revelaba contra los que trataban de someter a mi naturaleza.
Recuerdo aquel tiempo asfixiante en que los profesores eran pequeños dictadores de sus aulas y con toda la impunidad de un ambiente social represivo castigaban y maltrataban física y psicológicamente a sus alumnos, con el mismo modelo doctrinal con el que el régimen franquista había castigado a millones de españoles que habían intentado escribir la historia con la mano izquierda.
En mi casa se vivió con una alegría contenida. Y así ha sido durante años. Muchos niños de entonces recuerdan la sem ana de vacaciones que nos dieron en el colegio. Pero las lágrimas de Arias Navarro ya se secaron. Y yo me voy a permitir terminar esta columna tecleando el punto y final con el dedo corazón de mi mano izquierda.


Publicado el 22 de noviembre de 2006

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