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OTRA MIRADA

A través de la ventana escuchaba una lejana y sorprendente melodía: “Libertad, libertad, sin ira libertad”. Me levanté de la silla para asomarme y ver a quién se le ocurría entonar ese tema musical a estas alturas de la película. Casi me desmayé cuando vi el escenario; Mariano Rajoy, Esperanza Aguirre y José María Aznar interpretando el himno de la Transición delante de una pancarta en el que podía leerse: “En defensa de la Constitución”. ¿Qué querrá decir esa defensa?

Si mi subconsciente tuviera un libro de reclamaciones le pediría que ponga ciertos límites a mis sueños, aunque si los tuviera, ya no sería mi subconsciente… y no serían sueños.

Abandonando ese magnífico delirio onírico me desperté en el día de la Constitución, que es el manual de instrucciones de nuestra democracia. Por todas partes escuchaba argumentos a favor y en contra de pasarle una manita de pintura a la Carta Magna. En este país se debate mucho de las formas y poco de los contenidos, algo así como si nos preocupáramos más por lo estético que por lo ético. Y lo digo sin menosprecio de lo estético, que es fuente de alegrías para el alma.

Mientras extraigo de una estantería un ejemplar de la Constitución, para comentarla en esta columna, oigo en la radio que el 19,9% de los españoles viven por debajo del límite de la pobreza.

Empiezo por orden, leyendo el preámbulo, que es algo así como la declaración de intenciones. Y leo esto: “Garantizar la convivencia democrática dentro de la Constitución y de las leyes conforme a un orden económico y social justo”. Por eso que llaman libre asociación de ideas me acuerdo del porcentaje de habitantes de España que viven en el umbral de la pobreza económica. Y me pregunto si eso puede considerarse la consecuencia de “un orden económico y social justo”.

Como la curiosidad me arrastra, cojo el diccionario de la Real Academia, para comprobar un significado. Se trata de la palabra orden: “Colocación de las cosas en el lugar que les corresponde”. Me cuesta asumir esa definición, un tanto determinista; o sea, que el 19,9 % de la población “disfruta” de la pobreza que le corresponde.

La madre de todas nuestras leyes necesita muchos cambios, pero bastantes menos que los que le hacen falta a nuestra sociedad. Leerla es un sano ejercicio para entender dos cosas: que la realidad es tremendamente inconstitucional y que la Constitución es fundamentalmente irreal. Si a alguien se le ocurriera presentar un recurso de inconstitucional contra la realidad, las autoridades pertinentes tendrían que ilegalizar la pobreza, el paro o la escuela pública sin recursos. Pero sus defensores manifestantes no creo que tengan esas intenciones. Intuyo que lo que el pasado sábado se concentraron junto a Rajoy defienden el orden social y cultural que a cada uno le corresponde.

En cuanto al artículo 35, donde dice que tengo derecho a elegir mi oficio y a una remuneración suficiente para satisfacer mis necesidades y las de mi familia, mejor se lo comento a mi jefe. Aunque, en eso, no le veo yo muy constitucional.

Publicado el miércoles, 7 de diciembre de 2005

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