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OTRA MIRADA

LOS PADRES DE LA DEMOCRACIA

Cada vez que acudo a un colegio electoral para depositar mi voto, siento una emoción especial; y eso que la primera vez que lo hice fue en marzo de 1986 y voté no en el referéndum de la OTAN. En nuestro país el sufragio universal se conquistó durante la Segunda República y en especial gracias a Clara Campoamor, una política que debatió sin descanso hasta conquistar el voto para las mujeres en unas elecciones generales. Así, en noviembre de 1933, las mujeres acudieron a las urnas y lo pudieron hacer aquí antes que en otros países europeos como Francia o Suiza.
Después llegaron los cuarenta años de oscuridad y terror en los que el dictador Francisco Franco secuestró la democracia y la posibilidad de manifestar públicamente unas ideas que no fueran las suyas. Lo hizo en nombre de la lucha contra la invasión del comunismo soviético, sabiendo que el Partido Comunista había obtenido en las elecciones de febrero de 1936, cinco meses antes de su golpe de Estado, algo más de un cuatro por ciento de los votos.
En nuestro país, como en muchos otros de nuestro entorno, en cada elección hay un alto porcentaje de abstención. Millones de personas no acuden a votar; en muchos casos porque no confían en los políticos, algunos no creen en la democracia y otros porque consideran que su voto no sirve para nada.
Existen otros países donde los ciudadanos tienen la obligación de votar, igual que tienen la de hacer la declaración de hacienda o pagar sus impuestos. Si el elector no tiene fuerza mayor para acudir a depositar su voto tendrá que pagar una multa. Eso ocurre en países europeos, como Bélgica y Holanda o en otros como Argentina y Australia.
En el mundo se han diseñado diferentes métodos para construir la representación política de los ciudadanos. En España, por ejemplo, se utiliza la ley D’Hont. Se trata de una fórmula matemática para transformar los votos en escaños o concejalías. Es una ley desproporcional, que favorece a los dos principales partidos haciendo que un diputado les “cueste” muchos menos votos que al tercero o a los siguientes. En otros países se han buscado formulas de compensación pero en el nuestro, aunque a veces se ha debatido, no parece que ninguno de los dos grandes partidos esté dispuesto a perder una cuota de poder por amor a la proporcionalidad.
Cada vez que presento mi DNI ante los miembros de una mesa electoral, es un momento emocionante. Entonces me puedo acordar de mucha gente que conozco y que durante los largos y tenebrosos años sin libertad del franquismo, no podían soportar que sus hijos, sus vecinos y sus conciudadanos no tuvieran derecho a opinar, a votar o a expresarse libremente y se jugaron la vida, dejaron su juventud entre rejas, para que yo pudiera estar aquí escribiendo estas líneas. Eran tan demócratas que se jugaron la vida para conquistar la libertad. Hombres y mujeres que no podían vivir simplemente con palabras, necesitaban hechos. Y cada vez que ejercemos colectivamente el derecho al voto tenemos que agradecérselo. Y aprender que, como ciudadanos, además del voto tenemos que participar para exigir que se cumpla la política que hemos votado. 
Publicado el 23 de mayo de 2007

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