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OTRA MIRADA

ÁNGEL Y DEMONIO

Le agradecería a cualquiera de las personas que lea esta columna que si los ve en algún lugar, allá donde se encuentre, les den recuerdos de mi parte. No es por afinidad, no es por simpatía, es porque me han dado momentos gloriosos para reflexionar en estas páginas. Los echo mucho de menos porque eran un tema recurrente y cuando en la actualidad no había nada que me inspirase siempre podía acudir a ellos para tener un tema jugoso del que escribir.
Han sido una de las grandes parejas de la cultura española y han llevado el espectáculo político a su cima. En algunos momentos eran Pepe Gotera y Otilio, haciendo chapuzas llenas de goteras. En otros Fernando Esteso y Andrés Pajares, llevando su humor primitivo al Congreso de los Diputados. Y otras eran Al y Capone, con su labor en los momentos más turbios de la política patria.
He alargado el último párrafo para que no haya nadie que al llegar a su punto y aparte no sepa que estoy hablando de Ángel Acebes y Eduardo Zaplana, dos auténticos monstruos de la política con minúsculas. Han estado tan unidos, tan apegados a sus miserias, viviendo un matrimonio político tan intenso que si digo Eduardo Acebes y Ángel Zaplana no noto la diferencia.
Pero en el Partido Popular no los estiman del mismo modo que yo. Eduardo Zaplana ha desaparecido de la vida política, como si los estrategas de la campaña conservadora quisieran aparentar que no son lo que han sido. Desconozco el paradero de Eduardo pero allá donde esté le deseo la misma suerte que tuvo la verdad durante la crisis del 11 de marzo de 2004, cuando era el que portaba la voz del Gobierno. Es lo mínimo que puedo querer para un hombre que tanto ha hecho por la noble causa de mentir sin parar para ver si la mayoría simple que se avecinaba se convertía en absoluta.
La experiencia del Partido Popular en esconder cosas ha alcanzado un hito histórico en el caso de Zaplana. Borrado del mapa político como quien borra las huellas en la escena de un crimen, oculto en algún lugar desde el que apenas pueda participar en una campaña electoral en la que es un cadáver político.
Lo de Ángel es otra cosa porque es un guardia pretoriano y se mantiene firme ante la tormenta. Atrincherado en esa parte de Génova en la que se mantienen con respiración artificial “porque todos estaban en el ajo”. Angelito, que tiene de eufemismo hasta el nombre, sale de vez en cuando de la primera fila de la leyenda negra para llamar a algún político mentiroso o acusar a Zapatero de haber disparado la crispación para mantener la tensión política.
Tanto monta, monta tanto. Los dos habitan la trastienda del Partido Popular esperando a que escampe. Rajoy los esconde para no enturbiar su imagen de marca, ahora que está en plena promoción. Pero como en los culebrones, es muy posible que a nuestros dos héroes les esperen grandes aventuras si como parece a Mariano no le alcanzan los votos para alquilar la Moncloa por cuatro años. Entonces veremos a Eduardo y a Ángel resurgir de sus cenizas al abrigo de una nueva Esperanza.
Publicado el 20 de febrero de 2008

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