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OTRA MIRADA

¡QUE NO INVENTEN ELLOS!

A veces me gustaría tener la mentalidad de un inventor para poder poner en práctica técnica algunas ideas que se me ocurren esporádicamente y que me parecen humildemente aprovechables. La pena es que estamos en un país donde la mayor fuerza inventiva se d edi ca a que haya espabilados económicos y no se incentiva suficientemente la genialidad que pueda tener alguien de crear algo que beneficie al conjunto de la sociedad.
La famosa frase con la que Unamuno definió a través de sí mismo un espíritu muy común en esta península ibérica sigue vigente. “Que inventen ellos”. Eso dijo el escritor de la generación del 98, como si sellara las fronteras españolas para que el ingenio creativo permaneciera fuera.
Recuerdo de pequeño una película que me impresionó y que como ocurre a menudo por estas tierras envolvía con tono de com edi a un tremendo drama cultural.  Se trata de la Historias de la radio, del año 1955, dirigida por Luis Sáenz de Her edi a. En ella se cuentan varias historias relativas a la radio de los años cincuenta. Una de ellas define perfectamente la España de esos años, autárquica, tremendamente aislada, que se negaba a permitir la penetración que el desarrollo científico estaba llevando a cabo en otras sociedades de su entorno que progresaban aceleradamente.
La historia de la que hablo es la que protagoniza Pepe Isbert. Un amigo y compañero ha inventado un pistón que revolucionará los motores. Se trata de un invento que vale una fortuna, pero en la España de entonces no existía posibilidad de que quien lo creó saliera de su agujero. Ambos se lamentan porque carecen del dinero necesario para patentarlo y lanzarlo al mundo. Entonces los dos protagonistas de esta historia escuchan por la radio el anuncio de un concurso. La primera persona que llegue a la emisora en el centro de Madrid, vestida de esquimal, recibirá un premio de 2.000 pesetas.
Los dos hombres se miran desde su profunda tristeza y Pepe Isbert toma la iniciativa. Consigue el disfraz y sale corriendo hacia la emisora. En la puerta se encuentra a otro esquimal y entre los dos se pelean para ver quién es el primero. Finalmente, después de su discusión, Pepe Isbert logra coronarse y llegar el primero a la meta.
Toda la ridiculez de la escena en la que los dos esquimales se pelean es un angustioso y triste reflejo de una sociedad en la que durante siglo sectores poderosos del clero y la aristocracia rechazaron la creatividad y, con ello, cualquier cambio cultural que pudiera remover las estructuras sociales en las que estaban cómodamente asentados.
Comencé este artículo pensando en la posibilidad de crear una máquina que midiera la sensibilidad social que conservamos hacia ciertos temas. Estaría bien tener un diagnóstico de, por ejemplo, cómo sentimos los ciudadanos la muerte de hombres y mujeres que se lanzan sin saber nadar a un mar que les une y les separa de nosotros para mejorar su vida. Pero me temo que no existirá, así es la cosa. Y lo digo porque conozco algunos casos de personas con cerebros brillantes que se visten metafóricamente de esquimales para conseguir que los que inventen no sigan siendo ellos.
Publicado el 7 de noviembre de 2007

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