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OTRA MIRADA

UN BANQUERO Y UN SUEÑO

El otro día soñé que firmaba una hipoteca a cincuenta años para comprarme una casa de de cincuenta metros cuadrados. Me pasaba 600 meses de mi vida trabajando para el banco que me había prestado el dinero. Cinco décadas al servicio de un grupo de accionistas encantados de que aumenten los años en los que me permiten comprarme un piso y no lo haga mi sueldo.
Soñé que era un joven mileurista y que a pesar de hacer un trabajo medianamente cualificado y de llevarlo a cabo durante más de ocho horas diarias, dos o tres más, mi sueldo no pasaba de los mil euros.
En el sueño tenía una lucidez mental que me permitía ver las conexiones entre unas cosas y otras. Algunas no parecían muy normales, pero mi banco y mi jefe me han acostumbrado a que me parezcan normales cosas que no debería tolerar que lo fueran.
Una mañana me desperté en mi sueño y noté algo extraño en el contrato de la hipoteca que guardaba en una carpeta. Lo miré por detrás y descubrí que del reverso del papel de Estado en el que había firmado ante notaria salían dos pequeños tubos, como dos arterias que salen de un corazón.
Cogí uno de los conductos y seguí su curso. Bajé a la calle y caminé desde el barrio periférico donde yo vivía hacia una urbanización de mansiones increíbles, hasta que llegué a una donde mi tubo se introducía sin que yo pudiera continuar su curso. La gigantesca casa estaba amurallada por un muro gigantesco. Traté de escalarlo, pero no pude. Hice un nuevo esfuerzo pero la pared era resbaladiza. Lo seguí haciendo con ansiedad hasta que me agoté. Mientras me limpiaba el sudor de la frente escuché una campanilla, como de una caja registradora. Me alejé para poder ver algo más allá del muro y vi un contador que sumaba constantemente una cantidad.
Mientras estaba allí llegaron más jóvenes siguiendo otros conductos y después de intentar saltar el muro sudaban y su sudor hacía que el timbre de la caja registradora anunciara un aumento de los beneficios del señor banquero.
Volví frustrado por no haber conocido al hombre para el que voy a trabajar cincuenta años. Me tumbé en la cama, pero de pronto me acordé del otro conducto. No tenía ganas de salir, así que comencé a tirar de él. Tiré y tiré hasta que conseguí que llegara a mi ventana el extremo. Venía una caja en la que podía leerse la palabra REALIDAD. Intenté abrirla con las manos, pero no pude. Comencé a golpearla con un martillo y un cortafríos hasta que conseguí abrirla, después de un gran esfuerzo. Entonces, cuando miré dentro para ver que había escuché una voz: “Tu lo has hecho; antes era una realidad cerrada y ahora soy una realidad abierta”.
En ese instante me desperté mientras el eco de aquellas palabras se disolvía entre mis neuronas. Como los sueños explican lo que nos pasa interpreté que al firmar ante el notario había hipotecado 600 sueldos de mi vida y 50 años de mi realidad. Entonces deduje que si la realidad podía abrirla con mis propias manos, nadie me obligaba a mantenerla cerrada.
Publicado el 8 de noviembre de 2006

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