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OTRA MIRADA

LA VIEJA POLÍTICA

Los telediarios españoles de los últimos meses podrían participar en cualquier festival de cine de terror. Llevamos bastante tiempo viendo cómo nuestros peores fantasmas toman cuerpo y voz. Abandonan sus paseos nocturnos por los desvanes del tiempo y aterrizan en el presente insistiendo en seguir ejercitando su mayor habilidad; dar sustos.

En el año 2005 hemos visto el regreso de la política zombie. Ideas que parecían enterradas y bien enterradas han resucitado. A veces han aparecido vestidas de sotana, con su profunda negrura y su olor a vieja caverna. Otras, encaramadas al discurso de líderes políticos que se han afanado en representar lo sociológicamente vetusto. Hablaban y discutían de palabras: matrimonio, nación o calidad de la enseñanza; incapaces de retirarse la máscara y dejarnos observar su verdadero rostro.

Sin apenas capacidad para parpadear, hemos visto cómo el nacional catolicismo se retiraba el lifting y dejaba traslucir su piel rancia y jurásica. Pero hasta ahora no habían aparecido todos los que son. El último en llegar a nuestra particular parada de los monstruos ha sido el teniente general José Mena. Sus declaraciones acerca de una posible intervención militar en Cataluña, si el Estatut profana alguno de los principios constitucionales, han sido una emotiva muestra de patriotismo exultante.

Relaja bastante saber que todavía queda en nuestro ejército un alto porcentaje de salvapatrias. Si las ansias constitucionales de Mena le llevaran a Barcelona a bordo de un tanque, habríamos descubierto una trascendental paradoja: que con nuestros impuestos financiamos un ejército para defendernos de nosotros mismos.

La sociedad española está llena de memoria oculta de otros tiempos en que la Constitución de todos era el Código Militar. Gente que se estremece cuando ve a un hombre repleto de galones y con uniforme del ejército hablando de la posibilidad de una intervención del ejército. Hay una derecha que lleva siglos utilizando esa herramienta y que se resiste a dejar de usarla.

Las declaraciones de Mena son un ejercicio gimnástico para nuestra joven democracia. La reacción social ha sido suficientemente madura y serena como para pensar que muchos habitantes de estas tierras se han convertido en ciudadanos con el lento ejercicio de las libertades públicas. En algunas emisoras de radio esos ciudadanos pedían una sanción mayor para José Mena, algo sorprendente en un país que salió de una cruenta dictadura sin exigir responsabilidades a ninguno de sus “engalonados”.

Este teniente general se ha cargado de un plumazo decenas de años de trabajo y cientos de millones invertidos en lavarle la cara a un ejército que tiene en su currículum histórico el ejercicio de grandes acciones contra su propio pueblo. Años de cooperación internacional, de actividad humanitaria que han saltado por los aires. Ni siquiera sirve ya el intento de cambiarle el nombre y borrarle el pasado llamándolo Fuerzas Armadas. Tras la dictadura hemos vivido el espejismo de que de la noche a la mañana nos convertíamos en otra cosa. Pero cambiar la mentalidad de una sociedad es mucho más complicado que aumentar su renta per cápita.

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